Solo chicos [Joe]

Estoy harta de llevar puesta la ropa de mi abuelo de cuando era joven. No porque no me guste, francamente me da igual, total, ahora tengo cuerpo de chico ¿Qué más da la ropa que lleve? El caso es que no quiero llevar la ropa de mi abuelo porque murió hace cierto tiempo y me resulta incómodo. A mi abuela no le importa, de hecho, fue idea suya que yo lleve estas cosas, pero no es agradable llevar la ropa de tu abuelo muerto no hace demasiado. En realidad no necesito la ropa para salir, porque no salgo. Mi abuela se ha inventado una excusa para explicar que yo “no esté” en casa. Ha dicho que yo soy mi primo y que he venido a quedarme durante una temporada aquí. Menuda mentira, pero era más creíble que decir “Una bruja transformó a mi nieta en un chico”.

Francamente, esto de ser chico es horrible. Tengo que ver, cada vez que me desnudo... eso. Y, como a veces sí que salgo de casa, estoy acostumbrada casi a decir siempre que me llamo Benjamin, bueno, que me llamo Ben. Aún tengo ganas de echarle mano al cuello a esa bruja torpe, aunque probablemente me convertiría en rana, y prefiero seguir siendo chico antes de que un anfibio, aunque no me guste ver ciertas cosas de mi nuevo cuerpo.

Resumiendo, que mi abuela me ha dado dinero para ir a comprar ropa nueva. Me voy guiando ―no sé cómo lo he hecho pero ya no tengo tanto miedo― por las calles hasta dar con una que parece estar llena de tiendas. Miro el escaparate de una de las varias tiendas que hay y, después, entro. Me pongo a mirar ropa y al final decido pedirle ayuda al dependiente. Cuando me está hablando de lo que más se suele llevar, oigo una voz y miro hacia ella. Me sorprendo y esto se refleja en mi rostro. Deseo que no me haya visto poner esta cara. Es Aleksand, aquel chico con el que me encontré en el bosque. No fui muy amable con él, y dudo que pueda serlo en algún momento, soy demasiado borde. Vuelvo la vista al dependiente, tratando de ignorar a la otra persona de la tienda, sé que es de mala educación todo esto pero no quiero que me vea. Aunque no pueda reconocerme de ninguna manera, no quiero que me haga preguntas ni tener que mentir.

¿A este tío no le duele la mandíbula? Siempre está sonriendo. Pienso. Para mí es extraño que alguien sonría tanto porque yo hace tiempo que no lo hago, meses por lo menos. Aunque parezca estar normal, no soy alguien feliz. Mi abuela no lo sabe porque no lo muestro, porque siempre estoy seria pero no paso de eso, pero ni ella puede detectar el dolor que siento por dentro. Echo de menos a mis padres, muchísimo, ellos eran... lo único que tenía, tengo a mi abuela pero ella está trabajando o está cansada, y no se lo recrimino, por supuesto que no, pero no puedo sentirme feliz si siempre estoy sola y, si además, ni siquiera puedo estar con alguien que me haga feliz. ¿Lilian? Lilian está loca, y francamente, me alegro de no poder ir al instituto mientras soy chico porque no quiero ir a ese lugar, ojalá pudiera seguir dando clases en casa.

Sin darme cuenta, Aleksand me está arrastrando. ¿A dónde me lleva? Mierda, me he despistado demasiado y ahora no sé a dónde me lleva. Eh, eh, eh ¡¿Qué es esto?! ¡Un probador! Venga ya, venga ya. ¡Se está quitando la camiseta! Joe, sal de aquí, sal de aquí, SAL-DE-AQUÍ. Se me colapsa la mente mientras él se cambia a toda velocidad y no me da tiempo a decirle nada. Me obligo a calmarme, al menos no se está desnudando del todo. Pero ahora se quita los pantalones. Joe, mira arriba, ¡Arriba! Maldita sea, qué ganas de darle un puñetazo para que pare. Trato de reaccionar, él no sabe que soy una chica. Le miro a la cara mientras él sigue cambiándose. Apenas miro hacia abajo, sólo cuando me cercioro de que tiene un pantalón puesto. Me pregunta mi opinión y, esta vez, me da tiempo a hablar, así que decido acabar con esto ya porque me siento bastante incómoda.

―¿También te desnudarías así de fácil delante de una mujer? ―le pregunto con gesto inescrutable.

Sí, idiota, ya sé cómo te llamas. Pienso, las ganas de golpearle aumentan. Estoy intentando controlarme, lo juro, pero mi mala leche se ha visto incrementada desde que soy un tío. No porque los hombres tengan un humor pésimo, sino porque ¡Yo soy una mujer, quiero volver a tener mi cuerpo! Este tipo sigue probándose camisas, parece que ya casi termina, menos mal, aunque me parece que acabaré largándome de aquí porque estoy harta. Me hace una pregunta y evito soltar un bufido. Claro que la conoces, por supuesto que la conoces. Finalmente me responde que no, que no se desnudaría delante de una mujer, y añade después algo que me hace tener que contener de nuevo un bufido. “La sensibilidad de una dama”. En fin.

Espera, que ahora quiere que me desnude yo, vale, ya no soy una chica, pero no pienso desnudarme delante de él, y menos dejar que vea lo incómoda que me siento cada vez que me quito la ropa. Y encima me empuja, en serio, se está ganando un buen puñetazo. Y encima sigue siendo amable, no soporto a este chico. Miro la ropa en la silla y luego le miro a él. Bueno, hay que acabar esto ya, así que voy a cortar por lo sano.

―Ni de coña. ―dijo conteniendo mis ganas de masticar las palabras. ―Y por cierto, sí me conoces, en el bosque. ―le empujo para salir del probador. ―Me diste la lata con que se me infectaría la herida que tenía en el labio. ―le digo y decido irme mientras pienso que va a pensar que estoy loca y no me va a creer.

Me siento muy irritada, y si no me he puesto roja es porque no es propio en mí. Me estoy enfadando mucho. Ya no pienso con claridad, por mucho que mi parte razonable intenta decirme que me tranquilice, que no me enfade porque Aleksand no ha hecho nada malo y, lógicamente, no puede saber que yo soy Joe, ya que ahora soy un chico y él no sabe nada de brujas, no puedo calmarme. Estoy aguantándome las ganas de darle un puñetazo en la nariz o de dejarle un ojo a la funerala. ¿La razón de tanto enojo? No es que él no comprenda lo que pasa, es que con la mezcla de los nervios que cogí hace un momento por haberse desnudado delante mí, ahora ya me siento histérica. ¿Por qué? ¡Porque me está tocando! Me ha agarrado del brazo y por eso no puedo irme, maldita sea ¡Quiero irme de aquí ahora mismo! Francamente, si alguien pudiera oír la pelea que tengo conmigo misma podría reaccionar de dos maneras: o bien asustándose, o bien partiéndose de la risa. Porque puede dar miedo el cómo me peleo con mi propia mente, como si nos empujásemos las dos para ver quién gana, y al mismo tiempo esto es como un espectáculo interno. Vamos, que mis neuronas deben de estar hasta aplaudiendo sentadas en unas gradas imaginarias. Genial, se me ha ido la olla por completo.

¡Hermano de Joe! ¡Me ha llamado hermano de Joe! ¡¿Pero tú eres tonto o qué?! ¡¿Por qué mierdas me vuelves a arrastrar, y encima agarrándome por los hombros?! ¡¿Vas de colegueo?! He estallado en mi interior y, para ser sincera, tengo miedo de hacerlo también exteriormente. Quiero que me suelte, estoy por darle un pisotón del que no se olvidará en su vida. Tengo mucha más fuerza que cualquier otra chica de mi edad, además, ahora soy un chico y tengo más fuerza todavía. Este tipo es un flipado, “Joe es una fantástica amiga”, sí claro, y eso lo has decidido tú solito. No nos hemos vuelto a ver, no sé cómo voy a ser tu amiga.

―Yo no tengo hermanos. ―le digo, y me sorprendo por lo inexpresiva que he sonado a pesar de lo enfadada que estoy. ―Yo soy Joe. ―mierda. Con el cabreo me he vuelto a olvidar de que no me va a creer. ―Aquí tienes una bonita noticia, Aleksand Bright: Joe fue convertida en hombre por una bruja, te he dicho antes que me conociste en el bosque, pe... ―me callo para no insultarle y luego retomo mi pequeño discurso. ―Si intentas quitarte algo de ropa delante de mí otra vez te llevas una patada, y si vuelves a tocarme te arranco las manos. ―le digo y ahora sí que se nota lo irritada que estoy. Estoy tan molesta e incluso desconcertada que, en vez de salir de aquí, me he quedado quieta en el sitio, como una estatua.

Me estoy poniendo de mala leche, bueno, aún más. Aunque al menos parece que el idiota este ha entendido lo que llevo rato diciéndole. Su rostro refleja sorpresa. Vale, al menos me ha creído. O eso, o la cara que ha puesto es porque cree que estoy como una cabra. Bah, me da igual, al menos le he dejado cara de bobo al bobo este. Sí, ahora parece más tonto aún porque está riéndose. Pero será capullo. ¡¿Por qué me tiene que poner de mal humor?! Mierda, este tío es bipolar, ahora ya no sonríe. No sé si alegrarme o cabrearme más pero estoy a punto de darme la vuelta e irme.

Espera ¿De qué está hablando ahora? ¿Qué café? ¿Qué demonios dice? Se ha acercado al encargado que intentó venderme cosas que no me gustan antes y está pagando ahora lo que se va a comprar. Aprieto los puños, me estoy aguantando las ganas de darle un puñetazo. Se dirige a la salida de la tienda y yo, que tengo el ceño fruncido de nuevo, reacciono por fin. ¿Por qué he tenido que toparme con este tipo plasta? ¿Tanta mala suerte tengo? Resoplo y camino hasta él.

―Déjame en paz, Aleksand. ―digo pasando de largo.

Camino fuera de la tienda, alejándome de él lentamente, con las manos metidas en los bolsillos y los hombros tensos hacia delante. Pero qué mal humor me ha entrado por culpa de... “Lo siento”. ¿Qué? Eso no lo he pensado yo, y tampoco ha sonado con mi voz, sino con la de Aleksand. Frunzo el ceño y me doy la vuelta. Ya me había detenido, pero ahora estoy mirándole y se me ha quedado una expresión en la cara que no suelo tener. Ya no soy inexpresiva ni frunzo el ceño como una gruñona, ahora... sólo le miro... ¿Con tristeza?

No puede ser. Aleksand me ha colmado la paciencia y me ha puesto de los nervios, pero me acaba de pedir disculpas y no me llenan, es como si... no, el no tiene por qué sentirlo. Su cara... la expresión de su rostro me ha dejado de piedra, nunca le he visto así, nunca. Bueno, sólo le he visto dos veces pero no le he visto con una cara tan diferente a la que siempre pone, nunca había visto que su sonrisa se quebrase de tal forma. Siento un temblor que me recorre de arriba a abajo, y me acerco de nuevo a él. Me froto un brazo, insegura.

―A... Aleksand... yo... no quería que tú... por favor, no tomes en cuenta mi actitud... ―le digo hecha un manojo de nervios. ―S-si aún está en pie tu invitación, y-yo la acepto...

Ahora me he quedado patinando, en el sentido figurado de la expresión, claro. ¿Cómo ha cambiado esa cara de tristeza a la radiante sonrisa que me muestra ahora? ¿Pero qué demonios? ¿Estaba fingiendo sentirlo o es que es así de bipolar? Pues no me hace ninguna gracia, será capullo. Madre mía, tiene una sonrisa tan deslumbrante que siento que me golpea de lleno en la cara. Por el amor de Dios... este tío es raro, muy raro. Casi podría llegar a darme más mal rollo que un vampiro. Eh, espera ¿Y si es un vampiro? ¡Y por eso es así de amable! ¡Extremadamente amable! Frunzo el ceño. No, eso sí que no me lo creo. Por muy mentirosos o manipuladores que puedan llegar a ser los vampiros, lo que Aleksand expresa parece verdadero, no siento que esté fingiendo.

Camina hacia mí con esa sonrisa que tanto me tira para atrás ―en un tiempo yo llegué a sonreír así e incluso con más alegría me atrevería a decir, claro que eso ya es historia― y vuelvo a fruncir el ceño cuando alza el brazo, no intentará volver a tocarme ¿Verdad? Respiro hondo cuando dirige su mano a su cabeza. Yo diría que sí que iba a volver a tocarme, pero se ha acordado de mi amenaza y ha intentado disimularlo. Logro no rodar los ojos cuando claramente tenía intenciones de hacerlo. Suspiro.

―Me temo que eso es algo que no verás. ―le digo cuando me dice que dibuje una sonrisa. A continuación le sigo hasta la cafetería y después me siento cuando encontramos una mesa. ―No sé, es un café ¿Qué tal si pedimos un televisor? ―ironizo y suspiro. ―Yo quiero un café bombón y un donut de azúcar. ―digo finalmente, esta vez en serio.

Cuando dije lo del televisor no pensé que fuese a continuar con la bromita. Yo no me río, no me hace gracia en realidad, ni siquiera me hizo gracia lo que dije yo, pero como a veces suelto cosas así simplemente por amargura... nunca me imagino que los demás lo tomarán como broma. Mi poca capacidad para socializar me limita y me hace ignorante de las reacciones ajenas ante mis palabras. Aunque sé que normalmente mi forma de hablar y de comportarme no es la que agrada a las demás, y que les hace sentirse incómodos, pero yo no le he pedido a nadie que se acerque a mantener una charla conmigo, es más, si es por mí, prefiero que ni siquiera me miren al pasar, que hagan como si no existiera, como ha ocurrido desde que nací. Yo prácticamente no existía, porque no salía nunca de casa, o casi nunca.

Ahora me habla de un tal James, enarco una ceja mientras pienso que no sé de quién demonios me está hablando. Aleksand me está dejando algo traspuesta, habla como si nada hubiera pasado, y como si fuéramos amigos de toda la vida. No sé de qué casa habla ni quién es ese tal James, y me habla de él como si diera por hecho que le conozco. Asiento lentamente con algo de desconcierto, y apoyo la cabeza en una mano mientras el codo reposa sobre la mesa. Le miro fijamente cuando, una vez ha llegado el camarero, le dice todo lo que va a tomar él. Él está delgado y en forma, no me hace falta mirarle, ya le vi antes y sin ropa. No quiero ni acordarme de eso, maldita sea. La última vez que vi a alguien comiendo tanto fue en la cafetería del instituto en el que me inscribieron mis padres, y el tipo estaba muy gordo, diría que obeso. ¿En serio Aleksand se va a comer todo eso que ha pedido? Es decir ¿Va a comérselo todo ahora?

Cuando el camarero se va, me pregunta algo sobre mi estado. Hago una mueca y miro a la ventana, o mejor dicho, a través de ella, sin fijarme realmente en lo que hay más allá. Me sorprendo al oírme respondiéndole con tanta indiferencia y no con amargura o enfado.

―Una bruja novata tuvo un accidente estando yo cerca. ―digo solamente. Le miro de nuevo a él. ―¿Dónde vas a meter todo eso que has pedido?