Si alguien te apuñala por la espalda, es porque tú mismo le has dado el cuchillo. (Elijah)

Una figura más bien pequeña se deslizaba en el más completo de los silencios por un callejón de mala muerte sin nombre, porque el cartelito donde había estado escrito estaba lleno de pintadas y era imposible adivinar cualquier letra en él. Pese a que la gente andaba con prisas y terror por esos lares, ella lo hacía lentamente, mirando a las estrellas mientras tanto. O intentándolo, porque el humo viciado se lo impedía casi en su totalidad. Ahí estaba la gracia, Tatia jugaba a buscar las estrellas, cual niña jugando al busca las 7 diferencias en un cuaderno de juegos. Pero ella no era una niña. Ni siquiera debería estar allí. Su apariencia no parecía adaptarse a aquel entorno nauseabundo. Llevaba un vestido negro, palabra de honor, dándole su toque con una cazadora de cuero. Los tacones -negros también- repiqueteaban sobre el suelo húmedo. El cabello largo y suelto del color del chocolate parecía tan suave que incitaba a pasar los dedos entre los mechones. Y aún así, ninguno de los hombres harapientos que se cruzó hizo ademán de atacarla. Se quedaron mirándola -eso sí- con la boca medio abierta, con la mayoría de dientes comidos o caídos por la mala vida y las piezas restantes que aún sobrevivían luciendo ennegrecidas. Habría estado bien decir que Tatia era la típica muchacha que permanecía en casa por las noches, viendo quizá la tele hasta no más de las doce o leyendo un libro. Pero sería una de las mentiras más grandes contadas jamás en el universo entero. No, definitivamente no. Ese no era Tatia para nada. Ella era...bueno, todo lo contrario, para qué mentir. Al menos algunas noches.

La vampira era muy de extremos, e igual pasaba días encerrada leyendo como salía y arrasaba con lo que pillase. Dependiendo de su nivel de aburrimiento, cosa que por cierto, detestaba con todo su ser. Por todos los callejones que recorría la muchacha, el olor a humo hediondo y putrefacción se apoderaban de sus fosas nasales logrando provocar muecas de puro desagrado. Tatia había salido en busca de diversión. Estaba cansada de obtener una y otra vez todo lo que quisiese. Necesitaba algo nuevo, algo que avivase su interés y le hiciese pensar que su vida, quizás, tenía más sentido de lo que quería creer. Salió de aquellos callejones para entrar en una calle más concurrida, donde encontró un bar que al parecer, estaba bastante lleno. Sin dudarlo ni un segundo, avanzó los cuatro metros que la separaban de la entrada al bar y posó su mano sobre la manilla, tirando de ella y dejando que un chorro de aire bochornoso le diera un bofetón en el rostro. Sudor, mezcla a incienso, tabaco y quizá algo más. Tal vez era por ser sábado, pero el lugar estaba bastante lleno. Entró, sintiendo cómo muchas miradas se clavaban en ella, ¿la confundirían con una réplica?. Bueno, desde luego no era algo que le hiciese mucha ilusión, por supuesto. Avanzó hacia la barra, con pasos seguros, firmes; los pasos de alguien que siempre se sale con la suya, de alguien que sabe que tiene el mundo bajo sus pies. - Whisky, solo. - Pidió a uno de los camareros, sentándose mientras tanto en un taburete vacío.

Elijah y Klaus se encontraban en la sala de la mansión Mikaelson, esperando a Rebekah para darle alguna información, y también para decirle lo que tendría que hacer.Pero ahora que ella vivía en otro lugar, y todo porque Klaus lo voto de la mansion pues era difícil saber si se demoraría mucho tiempo . Pero esta se estaba demorando demasiado, hasta que sonó el móvil del original.. Para eso entonces Klaus ya no estaba junto a el, ya que el se había marchado en busca de Damon.. No podía decir que no cuando Rebekah me dijo donde se encontraba y que fuera para allá,ya que no queria ver a Klaus.. simplemente lo acepte..
Elijah no quería ir a esos bares, pero estando con su hermana todo seria muy divertido, es así que salió de la mansión dirigiéndose a Mystic Grill. Mientras caminaba por esos pasillos con las manos puestos en los bolsillo, no pudo evitar pensar en ese encuentro que tuvo con Katherine. Pero tampoco pudo evitar sonrió irónicamente con el plan que lo tenia preparado. Esa Petrova ni siquiera se imaginaba lo que le tocaba vivir por haber ayudado a la híbrida de Valerie escapar después de la traición que le hizo a mi hermano.. Sus días estaban contados, porque cada movimiento que hacia era vigilado. Ahora Elijah estaba mas furioso que antes.
Rápidamente anulo esos pensamientos, para que pueda concentrar en lo que haría al ver a su hermana. Con las manos en los bolsillos llego al bar . Miro a su alrededor y al ver que no estaba Rebekah este se fue de frente a la barra y pidió Whisky.. Teniendo en la mano la copa de Whisky se dio la media vuelta para ir a sentarse en la mesa que estaba vacía. Pero la sorpresa fue al ver allí sentada a Katherine.
Elijah sin pensar dos veces se acerco a su lado para luego sentarse junto a ella. –Katherine que sorpresa encontrarte por aquí-dejo la copa sobre la mesa. –A cual de los Salvatores esperas Katherine Petrova-sonrió mirándole de frente.No le importo haberse sentado sin pedirle permiso. No pudo evitar pensar que la Petrova haya echo algo con su hermana, y por eso era ella la que estaba sentada allí y no su hermana. Pero el vampiro no mostro ninguna señal de que buscaba a alguien, ya que así tenia la ventaja de jugar un poco con la vampiresa.

Avanzó hacia la barra, con pasos seguros, firmes; los pasos de alguien que siempre se sale con la suya, de alguien que sabe que tiene el mundo bajo sus pies. - Whisky, solo. - Pidió a uno de los camareros, sentándose mientras tanto en un taburete vacío. ¿Que si le importaba que el whisky fuese malo? Para nada. Estaba muerta. La vida que no había tenido derecho a elegir no era la de alguien que llega a los 80, ni siquiera a los 50.Estaba congelada en el cuerpo de una joven eterna, así que no había mucho problema. A la muchacha le gustaba aquello, y no iba a dejar de vivir así sólo por miedo a la muerte. Ella no la temía. Había estado tantas veces con ella que la consideraba una vieja amiga, y en ocasiones la llegaba a ver como un descanso de todos los tormentos. Pero sólo a veces. Luego recordaba que ya estaba muerta y que tenía toda la eternidad por delante y una mezcla de aburrimiento y felicidad la invadía. ¿Que si era feliz? No exactamente. Pero la botella ayudaba a olvidar lo zorra que había sido la vida con ella. Y si el futuro traía consigo palos, ella sería el fuego. Sin problema alguno, como se podía comprobar. Cuando el camarero le trajo el Whisky ansiado, Tatia se fue a una de las pocas mesas libres que habían. Dio un largo trago, sintiendo cómo la bebida le bajaba rápidamente por la garganta. Aquello la reconfortaba, sin dudda. Parecía suprimir las preocupaciones, matar los problemas. Te daba la sensación de estar flotando, como si repentinamente fueras una gotita de aceite en un vaso de agua. Todo un vicio. Al fin y al cabo, ¿quien no quiere tener la sensación de volar, de ser libre, a cambio de unas cuantas caladas? Aquello era como tener alas en el mundo real. Era tan fácil dejarse llevar por aquello, como beber unos cuantos vasos y dejarte llevar...tan fácil deshacerse de malos recuerdos y de un pasado oscuro. Tan fácil dejar atrás golpes y gritos, hematomas y sangre. Tan fácil dejar atrás una vida interrumpida. Tan fácil abandonar el peso del dolor y secretos inconfesables. Tan fácil como aquello. Tan fácil como la autodestrucción. Pobre niña desgraciada al que nadie le dijo que sus sueños se habían llenado de rabia. Sin embargo...¿era lógico echarle la culpa a ella? Al fin y al cabo, aquella frase popular parecía tener bastante razón, y es que una persona cambia bien porque ha vivido bastante o bien porque ha sufrido lo suficiente. Más razón que un santo, de eso no cabe duda.

Tatia no había tenido una vida fácil, eso estaba más que claro. Secuelas habían de quedarle, de eso no había duda alguna. Y así había sido. La eterna joven no podía confiar en nadie, sufría al amar a alguien, respondía con violencia la mayor parte de las veces. Era como aquellos perros maltratados que acaban en la calle y se vuelven desconfiados, aquellos que muestran los dientes ante cualquier muestra de cariño y pueden resultar altamente peligrosos. Seres cargados de rabia, justificada, pero rabia al fin y al cabo. La vampira se dispuso a dar otro trago, aún le faltaban varios vasos para dejarse llevar y no había tiempo que perder. O sí, pues el tiempo era lo único que le sobraba. Y entonces...sucedió algo. Elijah. Él fue lo que sucedió. Entró al bar y fue a parar a su mesa. El brillo acerado que brilló en sus ojos en aquel momento habría sido capaz de amendrentar al mismísimo diablo. En un principio estuvo a punto de coger el cuchillo que había encima de la mesa y rebanar el cuello de quien había osado interrumpir su vida. Pero habían pasado demasiados años, y Tatia no iba a dejarse llevar por un arrebato como aquel. La venganza es un plato que se sirve frío, y ella lo sabía. Elijah no se dio cuenta de nada, sólo la confundió -como aquel brujo unos días atrás- con Katerina. - Elijah. - pronunció, sin ningún tono, con la voz tan fría como el hielo, tan rota como el cristal. Escuchó su pregunta sobre los Salvatore. Sabía quiénes eran, había investigado desde su llegada allí y era consciente de que Elena -una de sus dobles- tenía un rollo raro con aquella familia. Y pese a escuchar su pregunta, no se dignó a contestar. Entabló contacto visual con sus ojos, aquellos ojos que no había visto durante siglos. - Cuánto tiempo. - Esa fue toda su respuesta, un simple comentario. No había mucho más que decir. No lo había visto desde que sucedió todo aquello, principalmente porque ella había ido esquivando a los hermanos por todo el mundo. No le apetecía cruzárselos, a decir verdad, y además, ella tenía que planear su venganza. Elijah estaba diferente, como era de esperar, se había adaptado a los tiempos contemporáneos, como pudo apreciar Tatia. Cogió su vaso y dio un trago lentamente, esperando su respuesta o su reacción, sin apartar la mirada. Sin perderle de vista.

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