Nadar siempre es bueno para relajarse. [Jaroth]

por **James T. Cromwell** Vie Ago 17, 2012 1:26 pm

El lago de Mystic Falls. Hacía mucho tiempo que no lo visitaba, si es que lo había hecho ya antes. Sus recuerdos estaban confusos y su mente no funcionaba de la mejor manera, no desde aquella maldita transformación que lo había convertido en un licantropo. Deseaba recuperar su poderes más que nada, pero apenas había pasado poco tiempo desde la fiesta y, a pesar de que se le había pasado leyendo grimorios hasta el amanecer, aún no había encontrado nada que se los pudiera dar de nuevo. Debido a eso, al menos podía conformarse con cierto poder que le confería el báculo de Gea, y bendecía a la naturaleza por el momento en que recibió esa reliquia, porque seguramente se habría vuelto loco si, al despertar cada mañana, comprobaba que no tenía la capacidad de por lo menos mover objetos sin tocarlos.

No obstante, la gran desventaja del báculo era su enorme tamaño y por ello no podía cargarlo a cualquier lado, pues resultaba imposible el hecho de que lo llevara por las calles sin que los ciudadanos se preguntaran por este, y considerando que ya era bastante conocido en el pueblo, bien por la fiesta o por la riqueza y poder de su familia, no era demasiado aconsejable que comenzaran a hablar de él ni a relacionarlo con cosas extrañas, pues su reputación también era importante como para mantenerla intacta. Pero, para su buena suerte, había encontrado un medio por el cual encoger el báculo y esconderlo en la manga de su camisa, de modo que pudiera parecer que hacía magia y que tenía sus poderes aunque fuera el báculo quien estaba ejerciendo ese poder.

El lago estaba desierto a esa hora de la tarde, si es que no se encontraba desierto a todas horas. Se acercó a la orilla del lago, con una cabaña de madera cercana y algunas piedras a modo de sillas junto a este. Consideró que, ya que no había nadie allí, nada un poco no le vendría nada mal, a ver si eso le ayudaba a calmarse un poco de todo lo que estaba pasando y lo hacía olvidar de la situación del licantropo por unos pocos minutos. Sacó el báculo de su escondite, que encogido como estaba parecía más una varita que otra cosa y la introdujo en el bolsillo delantero izquierdo de su pantalón, a fin de no perder de vista el preciado objeto. Se quitó la camisa y la dejó en las piedras, justo antes de lanzarse al agua. Disfrutó, con los ojos cerrados, de la proximidad del agua y de la sensación que le provocaba, y hubiera continuado así de no ser porque sus oídos, mucho más desarrollados ahora en ese estado, le indicaron que un extraño se acercaba.