Dark Shadows
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Mal día, pésimo comienzo. (James)

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Mensaje por Tatia G. Petrova Miér Dic 05, 2012 11:46 am

Los móviles manipulan. Son máquinas diabólicas que te espían sin que te des cuenta. Sin saberlo, todas tus conversaciones son escuchadas por fuerzas de seguridad. Cualquier cosa que hagas con el dichoso bicho queda registrado para siempre, cual huella irrefutable de tus posibles fechorías. Son una forma más de controlarte. Tal vez por eso Tatia no tuviese uno. Los aborrecía. Veía a la gente por las calles gritando a un altavoz, o poniendo sonrisas tontas enfrente de un teléfono. Aún a sabiendas de los perjuicios causados por el móvil, seguían utilizándose como si fuesen enviados de dios que trajesen la paz y la sabiduría. Y es que nadie los dejaba de lado nunca, para horror de la muchacha. Siempre pegados a ello. Una forma tan impersonal de comunicarse...Tan frívola. Tatia suspiró, observando a la adolescente que tenía delante mientras gritaba al altavoz - Que no me da la gana, que vaya a clase tu puta madre. - Supuso que sería su madre, por la voz femenina que podía escucharse gritando al otro lado del teléfono. Al lado de la adolescente había una pareja. No se tocaban. Ni siquiera se miraban. Estaban demasiado ocupados con su Blackberry. De vez en cuando de las maquinillas salía un pitido, anunciándoles probablemente que tenían nuevo mensaje instantáneo. Tatia estaba segura de que estaban hablando entre ellos dos mediante eso. En vez de girarse, hablarse, mirarse, tocarse. Sólo miraban la pantalla, con cara de lelos. La muchacha negó lentamente con la cabeza. Esa joven pareja estaba malgastando su vida. No parecían ser conscientes de que no eran eternos, de que su tiempo pasaba demasiado deprisa como para perderlo en artefactos que te alejasen de la persona amada. Las palabras, las miradas, los susurros, las caricias. Todo ello sustituido por simples pedazos de plástico o lo que fuese aquello. Probablemente se darían cuenta. Pero para entonces ya sería demasiado tarde y sus cuerpos estarían consumidos. De los labios entreabiertos de Gälina escapó un suspiro casi imperceptible. Estúpidos humanos, sentenció. Esa era una de las muchas cosas que la muchacha odiaba del mundo moderno. O tal vez sólo era que ella odiaba la mayor parte de las cosas. Al menos cuando tenía un día negro como aquel.

Acababa de mudarse a Mystic Falls. De hecho, era su primer día allí. Le gustaba su nueva casa. Estaba en las afueras, muy cerca del bosque, rodeado de naturaleza como a ella le gustaba. Quizá la casa le gustaba tanto precisamente por eso, por estar apartada de sujetos como los adolescentes que había visto al dar un corto paseo por el pueblo. Un paseo que sólo había durado unos escasos diez minutos, pues Tatia no había aguantado más y había vuelto a la casa, para poco después salir a dar un paseo por el bosque. Tras andar unos minutos, encontró el lago, y ciertamente no pudo más que maravillarse ante la belleza del lugar. Resplandecía verde bajo el sol invernal. Tatia suspiró, esta vez de tranquilidad. Aquello sí era bonito. Y no todos aquellos horribles gigantes que acariciaban el cielo y albergaban gente en su interior, aislándolos del sol y la brisa naturales. Siguió y llegó a orillas del lago, que brillaba con destellos dorados provenientes del astro rey. Se dejó llevar entonces, mientras se tumbaba boca arriba en el suelo. Quería escuchar los sonidos de la naturaleza. Se quedó allí, un ángel tumbado en la hierba. Una imagen preciosa, que cualquier pintor hubiese pagado por pintar, seguramente. Sí, definitivamente necesitaba aquello. Un atisbo de sonrisa curvó los labios de Tatia. Había estado tan ocupada los últimos días que no había tenido tiempo de desconectar. Le encantaba el sol, siempre conseguía relajarla, hacerla sentir mejor. Tal vez tuviese que ver con que durante un tiempo sólo podía vivir de noche, hasta que consiguió un anillo de lapislázuli, que en aquellos momentos portaba en la mano derecha. Algo hizo entonces que Tatia estuviese alerta, unos pasos más allá. Quedó quieta, aunque con los ojos abiertos, tratando de averiguar si el intruso pretendía molestarla o no. Más le valía que no. Por su propio bien.
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Mensaje por James T. Cromwell Miér Dic 05, 2012 1:14 pm

Tanto tiempo ya sin pasear por el bosque, desde aquel místico instante en que el poder de tres se había consolidado, que había perdido la costumbre de conectarse con la naturaleza y disfrutar un rato de esa conexión que le brindaban sus poderes. Por supuesto, había ido ya antes al bosque mientras poseía la maldición del licantropo, pero nunca había estado consciente durante esas visitas de modo que no le resultaba fructífero ni agradable recordarlas. No obstante, ahora que regresaba a sus paseos por el bosque, podía sentirse de nuevo en casa, como el siervo de la naturaleza que siempre había sido. No obstante, había resultado una misión casi imposible librarse de Artemis, lo que indicaba que seguía dudando del hecho de que pudiera encontrarse en el bosque, vigilando cada uno de sus movimientos, y sintió un ligero temor de encontrárselo rondando por aquel lugar, buscando atraparlo y llevarlo de forma obligada a la mansión.

Recorrió los tan conocidos parajes cercanos a las cascadas, reconociendo cada árbol que pasaba como si fueran los edificios del pueblo, y buscó entonces el lugar donde tanto le gustaba estar, el mismo claro donde había realizado tantos rituales y hechizos que el lugar ya se le antojaba casi mágico. No obstante, el flujo energetico que emanaba del místico lugar estaba siendo bloqueado, y eso fue algo que James pudo sentir desde la distancia. Apresuró el paso y se acomodó mejor la mochila que llevaba con todos sus implementos, entre los cuales figuraban su Grimorio y diversas plantas para la elaboración de hechizos que requerían de algo más que simple energía.

Estando ya lo bastante cerca del claro como para reconocer la esencia que se interponía entre el corre de la magia, pudo comprobar que se trataba de un vampiro, y no uno cualquiera, pues era una esencia que desconocía por completo y que no había visto nunca antes, ni siquiera en el mismo Klaus. Posiblemente un nuevo vampiro había llegado al pueblo, solo bastaba ver que era lo que quería y de que lado estaba, y James estaba dispuesto a averiguar eso aún si tenía que usar sus poderes en contra de la criatura. No obstante, bajó completamente la guardia al vislumbrar una figura enteramente conocida.


- ¡Elena! Tengo tiempo sin verte, que gusto... - La sonrisa que se había dibujado en el rostro del Cromwell desapareció de inmediato y detuvo los pasos que había andado en dirección a la que parecía era la chica Gilbert. Había algo en ella que no le cuadraba del todo. Su esencia resultaba diferente, así como sus facciones, que no resultaban ser del todo de la chica tierna y dulce que había conocido en el pueblo. La estudió con mayor detenimiento, pues la joven ya se había percatado de la presencia del hechicero, y parecía evaluándolo, casi como si se tratara de una posible amenaza. Fue allí entonces cuando pudo ver las mismas facciones rudas e intimidantes que había reconocido en la vampiresa Pierce. - Katherine, casi no te reconozco. ¿Que estás haciendo en Mystic Falls? - Y nuevamente selló sus labios con un silencio impasible e intranquilo. La criatura que tenía en frente no encajaba en lo absoluto con ninguna de las dos doppelgänger que James conocía, y sin embargo esas facciones solo podían pertenecer a Elena o a Katherine, ambas amigas suyas. Sin embargo, y tras un renuente silencio, recordó un pequeño detalle que observó en el libro que una vez había caído en sus manos sobre la genealogía de Katherine y eso lo llevó hasta la historia de los originales, pero algo no le quedaba del todo claro. - ¿Quien eres? - Preguntó a la joven con el aspecto de Elena, la determinación en los ojos de Katherine y un aspecto extraño que la hacía completamente diferente de las dos jovenes anteriores.
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Mensaje por Tatia G. Petrova Miér Dic 05, 2012 2:12 pm

Algo hizo entonces que Tatia estuviese alerta, unos pasos más allá. Quedó quieta, aunque con los ojos abiertos, tratando de averiguar si el intruso pretendía molestarla o no. Más le valía que no. Por su propio bien. No le gustaba que nadie le espiase, que le observasen a escondidas como si de un mono en el zoo se tratase. Se incorporó, poniéndose de pie como si pretendiese largarse de allí, como si no se hubiera dado cuenta aún de que no estaba sola. Seguía dándole la espalda al individuo, con la mirada fija en el agua brillante del lago pero toda su atención puesta en los pasos que cada vez se acercaban más. Una melodía de cuatro notas se introdujo en su mente al ver el agua en calma; la melodía que cantaban los de su pueblo en los bautizos, la melodía que no paraba de tararear su madre mientras estuvo embarazada de la pequeña Gälina. Al cabo de unos años, Tatia también había cantado aquella canción a su hermana pequeña. Pero no la había vuelto a entonar desde entonces, no en voz alta. Temía que si lo hacía, el recuerdo volvería con tanta fuerza que la rompería por dentro. Ïara, su pequeña Ïara...La pequeña le vino a la cabeza en medio de todo aquello. Sólo fueron retazos, imágenes que pasaron a velocidad enfermiza. La última vez que la vio, antes de que ella fuese convertida, antes de volver a casa y encontrarla rodeada de un charco de sangre. Inevitablemente, los Mikaelson acompañaron al recuerdo de su hermana pequeña. Si ellos no hubiesen intervenido, todo habría sido diferente. Tatia habría tenido una vida humana normal, plena, junto a su familia. No se habría visto abocada a esa situación. No sería un joven con la mirada seria de un adulto brillando en el fondo de sus pupilas. Y es que pese a que siempre intentase no pensar en ello, Tatia se había visto a madurar antes de hora. Asumir el rol de superviviente no es fácil, y menos para una muchacha de su edad. Tal vez habría llegado a ser feliz, pensaba ella constantemente. Cuando se quedaba sola con ella misma, se imaginaba enamorándose de un joven que no la utilizase, casándose, formando una familia. Soñaba con volver atrás y encargarse sólo de...ser un chica normal, sin responsabilidades tan grandes como intentar salir adelante sola. Todo sería diferente...Pero aquella descabellada idea ya había quedado olvidada. Y como esa habían habido muchas. Muchísimas. Cada teoría más rebuscada que la anterior. La vampira no paraba quieto, y su mente tampoco. Siempre andaba divagando, desde el tema más profundo hasta el más absurdo. Así que hizo lo que mejor se le daba hacer: obligarse a sí misma a pensar en otra cosa. Y en realidad, el negacionismo era la única opción. Nunca podría volver atrás, así que era inútil deleitarse con esas ideas.

La voz del chico provocó que Tatia volviese a la realidad de nuevo. Tuvo que contenerse para no reir, pero actuar era lo suyo. Se giró lentamente, quedando así de cara a él, mirándolo fijamente, evaluándolo. - ¿Cómo que quién soy? Elena, por supuesto. - Habló con dulzura, dando así el aspecto de una chica tímida que nunca, nunca sería capaz de romper un plato. Una media sonrisa cargada con una dosis justa de vergüenza decoraba la cara de Tatia, haciendo que pareciese incluso buena chica. Puro teatro, por supuesto. ¿Clases de interpretación? Nunca. El aula de arte dramático de la joven había sido la dura calle. Y de hecho, era una alumna sobresaliente, un actriz brillante. Infinidad de veces se había hecho pasar por millonaria para estafar a sus víctimas. O por viuda. O por artista bohemia. O por romántica empedernida. Cualquier papel cobraba vida cuando Tatia lo tomaba. Aquel don lo había utilizado desde hacía muchos años. Cuando en su nueva vida descubrió que el sol no podía tocarla, y fingió una enfermedad extraña para que la acogiesen. Cuando quería conseguir presas de una forma divertida. Cuando en su día a día después de haber visto a su familia muerta quería romper a llorar, y no lo hacía por demostrarse a sí misma que era capaz de aguantar aquello y mucho más. Que la vida no iba a verla hundirse. Y pese a que a veces la sed de sangre la enloquecía, ella nunca perdió sus ideales, porque siempre se aferró a ellos para sobrevivir en la jungla que era la vida. - O tal vez soy Katerina. - Añadió, en un tono de voz diferente, burlón. Una sonrisa socarrona se dibujó en su cara, mostrando cuán graciosa le parecía la situación. No llevaba ni un día en ese maldito pueblo y ya la habían confundido con dos réplicas. Genial. Miradas que se traspasaban mutuamente. Miradas cortantes no como el filo de una navaja, sino trinchantes y precisas como un sablazo. Miradas profundas y tan enigmáticas como el mismo secreto que se escondía detrás de la mirada de la joven. Un contraste interesante. Tensión, agresividad y peligro. Los irises del muchacho -prácticamente desconocido para Tatia- seguían fijados en los de ella. Sonrió. Tatia, simplemente, sonrió por el silencio sepulcral que inundó todo el lugar; un silencio que se entremezclaba con el extrañamente soleado día invernal. Él tenía un brillo pensativo en la mirada, como si cavilara sobre algo que la joven no podía llegar a adivinar. El intercambio de miradas era todo un campo de batalla donde ninguno de los dos presentes parecía querer ceder. Jugaban en un terreno especialmente favorable para ella, un ámbito donde Tatia siempre vencía por haber sido otorgada con ese par de pupilas con el don natural por incitar, persuadir y convencer. - Déjame adivinar...Las adivinanzas nunca fueron lo tuyo, ¿verdad?- La sorna no dejó de decorar su voz, y tampoco abandonó su rostro la sonrisa algo torcida. Qué humor tan especial, el de Tatia.

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Mensaje por James T. Cromwell Miér Dic 05, 2012 3:18 pm

La joven representaba en su totalidad un misterio para el joven Cromwell. Su aspecto físico era, por supuesto, el mismo que mantenían Elena y Katherine, con algunas variaciones no muy factibles para los mortales pero altamente notorias para James, pues sus poderes le brindaban cierta habilidad con sus sentidos. James, no obstante, se había propuesto develar el misterio de la chica y es que aquella vampiresa le generaba un interés mucho más fuerte que el que había sentido por la joven Pierce en el momento en que la mirase durante aquella excursión a Chicago. La joven, con la misma facilidad que si respirase, interpretó a la perfección los papeles de Elena y Katherine dando así loa plena certeza de que se trataba de su antepasada. No obstante, le resultaba imposible a James saber más sobre la joven, pues los mismos originales se habían encargado de borrar su nombre de todos los registros y en el libro que había llegado a las manos de James no había mucho dedicado a la doble original, pues James suponía que se trataba de la original a falta de algún otro miembro de la linea Petrova con la cual conectarla.

Se acercó entonces un poco más a la muchacha, esta vez más seguro de si mismo y de sus poderes que podrían cubrirlo si algo malo pasaba (Pues ya lo habían salvado de los designios de Klaus y de algo mucho más atemorizante como el guardián Artemis) y dio una leve vuelta alrededor de la joven, evaluandola enteramente pero sin quitarle la mirada de aquellos ojos que refulgían poder y determinación, tan parecidos a los de las chicas Gilbert y Pierce que casi parecían trillizas. Sonrió entonces satisfecho, agradado de que un nuevo reto le hubiera aparecido ante la puerta para poner a prueba sus habilidades con la magia y lo sobrenatural. Ya le era necesario comprobar que conocía un poco más del mundo que los rodeaba, pues con las lecciones de magia se sentía cada vez más como un ignorante desconocedor del mundo, algo que no le agradaba en lo absoluto y que estaba dispuesto a cambiar. Entonces, una sonrisa divertida se acercó a los labios de James, dejándolo mucho más atractivo de lo que antes estaba y entonces se dio cuenta de algo que anteriormente le había pasado desapercibido. O bien la vampiresa era inmune a sus encantos de mortal, de los cuales estaba orgullosos desde que conociera a Katherine, o bien lo ocultaba perfectamente, cosa que no le hubiera sorprendido en lo absoluto a James, considerando las habilidades que, en tan solo pocos minutos, había demostrado poseer la vampiresa.


- ¿Adivinanzas? Fuera de lo que piensas, si he sido bueno para los acertijos, pero tu representas más un reto que un acertijo. Generalmente lo misterioso me genera curiosidad, y tu encarnas a la perfección esa palabra así que... - Se acercó un paso más e hizo algo que le había funcionado con una de las dobles Petrova y que había causado burla en la otra. Tomó, de la forma más delicada y bienintencionada posible, la mano derecha de la joven, solo para besar su dorso de la forma más galante posible. Desconocía absolutamente la antigüedad de dicha vampiresa, pero tenía que ser más antigua que Katherine, de esos estaba plenamente seguro. - Estoy seguro de que vas a ser un acertijo difícil de descifrar así que, ¿por que no comienzas dándome algunas pistas? - Dijo mientras de nuevo una sonrisa entretenida se curvaba en sus labios y se alejaba un poco de la vampiresa, dejandola sola en su espacio personal. James estaba casi seguro de que en su maleta tendría la clave de ese misterio, pero dudaba mucho de que la vampiresa le permitiera sacar su grimorio. Aún así, todo lo que pudiera suceder estaba sujeto a la suerte. - ¿Que tal, tu nombre, por ejemplo? Tal vez podría refrescarme un poco la memoria.
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Mensaje por Tatia G. Petrova Jue Dic 06, 2012 3:06 am

- Déjame adivinar...Las adivinanzas nunca fueron lo tuyo, ¿verdad?- La sorna no dejó de decorar su voz, y tampoco abandonó su rostro la sonrisa algo torcida. Qué humor tan especial, el de Tatia. Un humor curioso, sin duda, pues nunca se sabía si algo la haría reír, o si en cambio te arrancaría la cabeza en el tiempo en el que se tarda en pestañear. Cuando el chico volvió a hablar, Tatia volvió a sonreir, pero sin embargo esta vez la sonrisa no fue agradable. Aquel rollo del acertijo la hacía sentir como si estuviesen agasajándola, como si no se hubiesen cruzado ya suficientes hombres intentándolo, intentando que Tatia se convirtiese en una más de sus propiedades, sólo para acabar en el mejor de los casos, muertos. Sonreía mientras miraba al frente, alzando la cabeza con un elegante porte que siempre la había caracterizado, como si hubiese salido de la realeza. Bueno, de la clase noble era, al menos en algunas partes de su vida lo había sido: siendo humana nunca, pero después, en su nueva vida, había tenido tiempo de disfrutarlo todo. El se acercó, tomando la mano de la vampira, sin que ésta se moviese. Que la llevara, que se creyese el dueño, que creyese que obedece. Así estaría más confiado, y con ello, más desprevenido cuando le entrase hambre, o ganas de matar, o simplemente, cuando le diese la gana. Cuando un hombre creía que lo tiene todo controlado con respecto a ella, tardaba poco en darse cuenta que no era persona predecible. Que Tatia era como ese tigre: bello, salvaje, indómito. Y que, cuando se intenta enjaular, siempre se sale perjudicado. Pero algo cambió en el preciso instante en el que las dos manos se juntaron, en el que un beso fue depositado en la mano de la inmortal. Y es que cayó en la cuenta de que no se trataba de un humano corriente, sino de un brujo. Eso lo cambiaba absolutamente todo. No era un humano intentando quedarse con ella. Cuando hablaba de acertijo, lo decía de verdad, pues con toda exactitud sabría qué eran las otras dos réplicas y el lugar en el que eso colocaba a Tatia: la original. Se mantuvo totalmente imperturbable ante su descubrimiento sobre la naturaleza del muchacho que tenía enfrente, aunque ciertamente sí enarcó las cejas ante el beso en la mano. Hacía años, muchos años que nadie la saludaba así. Esos modales habían quedado obsoletos, anticuados. Aunque a ella siempre le habían encantado.

- ¿Y no te parece que un juego sin pistas es mucho más...entretenido? - Era una pregunta retórica, por supuesto. Realmente su consideración del juego consistía en eso, en que los juegos fáciles no valía la pena jugarlos, si una partida está ganada desde el principio, pierde toda la gracia. Sabiendo lo que sabía, Tatia vió -y no sólo miró- al joven. Era, ciertamente, bello, especialmente perdida una vez su condición de humano. Por supuesto, esto tenía una explicación. Con el paso de los años, Tatia había perdido toda su atención en los humanos, estaba tan acostumbrada a verlos -guapos, feos, gordos, altos, bajos...- que ya pocos podían sorprenderla. Pero un brujo era algo completamente distinto. Su originalidad les hacía únicos, interesantes. Un fuerte viento helado sopló en aquellos momentos. Tatia intentó recordar cómo era tiritar de frío, o sudar del calor. Pero no podía. Tenía sus recuerdos vívidos, puesto que ella misma se había encargado de recordárselos continuamente durante toda su existencia vampírica para no olvidar por qué era como era, para no olvidar quién era. Sin embargo, algunas sensaciones sí las había olvidado. Como el frío o el calor. O el placer de comer tu plato favorito. No podía equipararse al placer de beber sangre. No era igual. El de sangre era mucho mucho mayor, como una droga. Por eso difería tanto de la comida humana, ellos no enloquecían si no comían puré, por ejemplo. Sí lo hacían con las drogas o similares, pero con comida eran muy escasos los que perdían la cordura. Tatia no sabía hasta qué punto era poderoso el chico que tenía enfrente, pero tampoco le preocupaba mucho. Ella no necesitaba que nadie la protegiese. Podía defenderse perfectamente sola. Estaba el hecho de que dominaba todas las armas, las luchas defensivas -varios siglos dan para aprender muchas, muchas cosas- y similares. Por no hablar de sus cualidades vampíricas, que cuanto más antigüedad poseía más crecían. Por eso en la jerarquía vampírica se respetaba tanto a los ancianos. Eran los más fuertes, rápidos, ágiles, poderosos. Y sabios, claro. Aunque lo de sabiduría también pasaba en las demás especies. Incluso en la humana. Pero ellos, los humanos, habían perdido el respeto por la tercera edad. Era la única especie que lo había hecho, hasta en los animales solía llevarse a cabo. Tatia consideraba una aberración que no se respetase a sus mayores, porque en su mayoría habían luchado en guerras para dar un futuro mejor a sus hijos. Y ¿cómo lo pagaban ellos? Metiéndolos en una residencia de mala muerte para poder vivir sobradamente con la pensión del pobre anciano. Ese era uno de los hechos que hacía que la joven afirmase que los humanos eran los seres más ignorantes del planeta. Y es que más sabe el diablo por viejo que por diablo, nunca había que olvidar eso. Era muy difícil abarcar que Tatia, la propia Tatia, había vivido en el siglo X. Había presenciado las guerras mundiales, civiles, batallas, guerra fría, nazismo, franquismo, Mussolini, la caída de reyes e imperios. Lo había presenciado todo, ella lo había vivido en sus propias carnes. Tatia era una maldita enciclopedia de historia andante. Así que era de lógica pura pensar que su inteligencia y experiencia superaba a la de cualquier jovenzuelo. Sólo que...al que tenía enfrente no era un simple jovenzuelo. Y por eso la joven actuaba con cautela. Con miedo no, pero sí con cautela. Había conocido brujos y brujas muy poderosos a lo largo de su vida, había visto lo que eran capaces de hacer incluso a las criaturas más poderosas y...no quería vivirlo en sus propia piel, para ser sinceros. Decidió que darle su nombre no era un hecho muy relevante, y además, tenía curiosidad por saber si sólo con el nombre, él podía llegar a saber quién era ella. Estaba casi segura que los Mikaelson habían borrado todas sus huellas, pero siempre quedaba la curiosidad, la curiosidad por saber si se había filtrado...algo sobre ella. - Tatia. - dijo finalmente, mirándole fijamente a los ojos, buscando en ellos, hundiéndose como un busca tesoros en busca del mayor secreto del mundo. Buscando dentro de él. Buscando cómo era él, quién era él. La gente solía pasar por alto cuan importantes eran los ojos, todo lo que podían llegar a transmitir. Pero Tatia lo sabía; los ojos son el espejo del alma.
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Mensaje por James T. Cromwell Jue Dic 06, 2012 1:48 pm

James estaba seguro de que un nombre tan inusual como el de la vampiresa tenía que sonarle de algún lado si es lo había leído o escuchado, por tal razón le sorprendió tanto comprobar que no se encontraba en ninguno de sus registros mentales, lo que hacía mucho más difícil descifrar la procedencia de Tatia. No obstante, James estaba dispuesto a averiguar la historia de aquella vampiresa que tanto le había interesado. Se dispuso entonces a caminar alrededor de Tatia, mucho más seguro que hacía unos instantes debido a que se había ganado la confianza de la chica, y las evaluó más de cerca. Intentar examinar su aspecto físico resultaría, por supuesto, una perdida de tiempo, pues no encontraría sino las sutiles diferencias que guardaba con sus dobles. Sin embargo, se detuvo tan pronto como detectó un cambio en la expresión facial de Tatia, el mismo que había percibido antes en Katherine cuando esta había descubierto que se trataba de un hechicero en aquel bar de Chicago. Una sonrisa se curvó en los labios de James al comprobar entonces que la vampiresa conocía la naturaleza del joven Cromwell.

- Veo que te pareces más a Katherine de lo que percibo a simple vista. - Dijo en un tono entretenido y un tanto burlesco, siempre con la guardia puesta y sin descuidarse, tal y como debía hacer con un vampiro, más si este era un completo desconocido. No obstante, había algo en Tatia que lo hacía confiar, cosa que en realidad no entendía, pues generalmente su instinto estaba guardado para aquellos de su misma clase y esos sentimientos no solían revelarse cuando se trataba de vampiros merodeadores del pueblo. Una ráfaga de viento azotó entonces el lugar, revolviendo las aguas del lago y el cabello de los dos jóvenes que se paseaban por allí. Se acercó de nuevo a la vampiresa, revelando parte de su poder con aquel sencillo hechizo del aire. - Creo que no tiene sentido que sigamos ocultando el hecho de que conoces mi naturaleza. Sin embargo, quedamos nuevamente en desventaja considerando que desconozco la tuya. - Se alejó nuevamente y observó el lugar, la pradera, los arboles y el lago. Podía sentir absolutamente todo lo que acontecía a su alrededor, desde el batir de los fuertes vientos que provenían del norte, pasando por el susurro de los arboles al intentar cantarle sus melodías a una humanidad que rara vez escuchaba hasta parar en el murmullo de las olas, que se agitaban no solo con el viento sino con las bandadas de animales que se acercaban a beber, algunos tan minúsculos que resultaban invisibles a los ciegos ojos humanos, y otros lo suficientemente grandes que bien habrían podido servirle de bocadillo a la vampiresa. - Quiero decir, sé que eres una vampiresa, pero desconozco tu procedencia, aunque sé que tiene mucho que ver con la familia Petrova. Desconocer a las personas que podrían ser mis posibles aliadas no resulta ser mi costumbre, por eso me esfuerzo tanto en averiguar quien eres. Desafortunadamente, debo decir que tu nombre en sí no resultó una pista demasiado fructífera, considerando que nunca antes un nombre tan melodioso, de modo que estoy sin pistas de nuevo y dudo que estés dispuesta a darme más.

Sintió de nuevo el irrefrenable deseo de buscar en su maleta algo de información que pudiera serle de utilidad, y sin embargo Tatia jamás se lo permitiría. Y, de hecho, ya se estaba sintiendo un tanto intranquilo gracias a la instigadora mirada que le dirigía la vampiresa. Recordó entonces que tal vez no sería estúpido hacer lo mismo, pues en calidad de hechicero había aprendido que se puede llegar a conocer a las personas a través de lo que sus ojos ocultan. No obstante, se reprimió James, eso era un truco mágico que solo daba buen resultado con los humanos, que resultaban tan aburridos, tediosos y predecibles que sus miradas lo develaban todo sobre ellos. Con los vampiros resultaba diferente, pues si se pudiera llegar hasta lo más profundo de sus pensamientos cualquier hechicero valiente habría interpretado los pensamientos de los Mikaelson y le habría puesto fin a esa pesadilla eterna. Hizo el intento de leer a Tatia, así como lo estaba haciendo ella con él, y en un breve lapso de tiempo, en lo que duraba un parpadeo de la vampiresa, realizado más por costumbre que por necesidad, pudo detectar algo que lo sorprendió y le dio una pequeña esperanza de que pudiera obtener más información sin la necesidad de acudir a su grimorio. Veía interés en los ojos de la vampiresa, los mismo que Elena también había tenido cuando lo había conocido, pero con una intensidad claramente mayor. Finalmente, apartó la mirada y observó el lago, no muy lejos de donde se encontraban.

- Se me acaba de ocurrir algo. Te propongo algo. Tengamos un picnic y charlamos de una manera un poco más civilizada. Estoy seguro de que tus instintos vampirismos habrán menguado lo suficiente con el paso de los años, además pareces una dama de lo más estable y dulce, aunque puede que mis sentidos me engañes, pero eso es lo que mis ojos me permiten ver. ¿Que te parecería si tu me cuentas un poco de tu especie y de ti misma, y yo hago lo mismo con mi especie? - Hizo un especial énfasis en la última palabra, pues claramente no se refería a la especie humana, sino a la rama mágica que brotaba por sus venas. - Desafortunadamente no tengo sangre que ofrecerte, pero imagino que no molestarás con un bocadillo de animal, ¿verdad? O en su defecto, imagino que los vagabundos rondarán por aquí en busca de refugio, con el cual podrás comer, siempre que no te pases de la raya. - [/i]Su expresión y tono no pretendía ser autoritario ni mucho menos. La gentileza con la que se expresaba el joven Cromwell, que era mucho más que la usual, era la misma que solo le tenía reservada a Emily, Katherine y Aleksand, cuando este último no se había convertido en un guardián que, a su simple mención, le atemorizaba de sobremanera.[/i]
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Mensaje por Tatia G. Petrova Mar Dic 11, 2012 4:42 am

Tatia. - dijo finalmente, mirándole fijamente a los ojos, buscando en ellos, hundiéndose como un busca tesoros en busca del mayor secreto del mundo. Buscando dentro de él. Buscando cómo era él, quién era él. La gente solía pasar por alto cuan importantes eran los ojos, todo lo que podían llegar a transmitir. Pero Tatia lo sabía; los ojos son el espejo del alma. - En todo caso, es ella la que se asemeja a mí. - puntualizó, con cierta hostilidad. Ella no era la que se parecía a Elena, Katerina o la madre Teresa de Calcuta, sino ellas a Tatia. Ella había sido la primera, la original, y las que la siguieron eran las meras copias.Y la confusión era algo que a la muchacha no le hacía ninguna gracia. En el siguiente comentario del joven brujo, Tatia no pudo cuanto menos enarcar una ceja. - ¿Acaso no sabes lo que soy? - preguntó, sin llegar a entender dónde quería llegar su acompañante. Estaba claro lo que ella era, una vampiresa, al menos quedaba claro para cualquier ser sobrenatural. ¿Acaso él no se había dado cuenta? Estaba segura de que sí, y sin embargo, él había dicho que no conocía su naturaleza. ¿Haría referencia al hecho de que ella era la primera original, a partir de la cual llegaron las copias? Sí, esa era una opción, pero Tatia prefería no arriesgarse. Más que de hablar sin pensar, ella era de observar, de callar y analizar. Tal vez fuesen años de práctica, quién sabe. Entonces él volvió a hablar y todo se aclaró a ojos de Tatia. Y sin embargo, en vez de responder a la pregunta del joven o darle una pista, replicó - ¿Y qué te hace pensar que yo querría ser tu aliada? - Sus cejas, formaban un elegante arco, dándole un aspecto irónico, burlón. Le dió énfasis a la palabra 'yo', haciéndole entender que ella no era cualquiera, y que mucho menos se iba a aliar con el primer chaval que se le había cruzado en el camino. Ni que fuese una novata, por dios. Ella era Tatia Petrova, no cualquier Elena o Katherine. Ante la propuesta de picnic, Tatia se preguntó si su interlocutor no padecería de alguna enfermedad mental, pues aquello ya empezaba a tocar el colmo de lo extraño.

Es decir, tal vez el brujo estuviese loco, y se hubiese escapado del manicomio. Eso explicaría su comportamiento de hablar con seres peligrosos y desconocidos, claro. En tal caso, el brujo se convertiría en una fuente de entretenimiento para la vampiro. Y es que Tatia siempre se había sentido fascinado por las enfermedades mentales, por los trastornos que realmente pocos habían conseguido saber de dónde venían y cómo se curaban. Sí, tal vez fuera extraño. Pero se podía entender como un interés en todo lo que no fuese normal. Y esas enfermedades definitivamente no lo eran. Los esquizofrénicos, por ejemplo, tenían la realidad alterada. Por eso Tatia había calibrado la teoría de que el joven padeciese esta enfermedad, ya que hablar con un vampiro que te acababas de encontrar no era lo más normal en una persona. Veamos, todo el mundo sabe que los vampiros no son de fiar, ergo el brujo tenía algún transtorno. Esa demencia precoz también solía caracterizarse por un comportamiento inapropiado, cosa que podía cuadrarse en él de igual forma. Tatia siguió mirando fijamente al joven, tratando de advertir qué era lo que podría haber visto la humana en su alucinación. ¿Una aventura, una amiga tal vez? Eso sería lo más probable de hecho. Pero lo extraño era que estos enfermos solían desarrollar paranoias agresivas, como si alguien intentase hacerles daño. Y no había sido el caso, él había hablado con la vampira de forma relajada, no como quien pretende defenderse de un peligro. Había una parte de la medicina que explicaba que la esquizofrenia solía estar causada por el abuso de drogas y alcohol. De esa forma, un drogadicto tendría alguna posibilidad de desarrollar una esquizofrenia. Y lo mismo con los alcohólicos, aunque estos solían derivarse más hacia las encefalopatías. Sin embargo, el muchacho no tenía pinta de drogadicto o alcohólico. Es más, su aspecto parecía más el de un chico popular que el de un desecho social. Ni siquiera tenía venas rojas en los ojos o ojeras, ni siquiera desprendía un leve olor a algún estupefaciente. Tatia lo habría olido de haber estado ahi. Aunque bueno, tal vez en el caso del joven la esquizofrenia no había venido por ninguna drogodependecia, puesto que la encefalopatía hepática había quedado ya descartada por el hecho de que no apestase a Whisky. Los pacientes con una encefalopatía solían ser muy problemáticos, más violentos de hecho que los esquizofrénicos. Otra de las razones por la cual había descartado la segunda enfermedad y seguía decantándose por la segunda. Tatia se divertía calibrando las distintas enfermedades que podía tener el brujo, ya que aquello era un entretenimiento para ella. Al igual que en los juegos de niños en los que había que adivinar nombres o personas, él jugaba a adivinar enfermedades. Muy típico de ella.

Sin embargo, una de las enfermedades que más diversión le suscitaban era sin duda alguna el vampirismo. Sólo los humanos podían ser capaces de crear enfermedades, como si no tuviesen ya bastantes. Había dos bifucarciones en esta enfermedad, la que empezaba desde críos -esta era comprensible a los ojos de Tatia- y la que empezaba por una obsesión por los vampiros. En el primer caso solía venir de un accidente infantil donde hubiese mucha sangre, a partir de ahí el sujeto bebería de su propia sangre, seguidamente pasaría a animales y por último llegaría el estado más avanzado del síndrome, en el que el humano ingeriría sangre de otros humanos. Esto les podía hacer entrar en éxtasis, como un alcohólico con su licor o un drogadicto con su heroína. Cosa curiosa, ya ves. Después estaba el segundo caso, este sí era definitivamente gracioso a ojos de la vampiro. Y es que en esta rama el paciente solía obsesionarse con los vampiros ya fuese por libros o por películas, y acababa creyéndose uno. ¿Podía haber cosa más estúpida? No, claro que no. Humanos creyéndose vampiros, bah. Había algo curioso en esta enfermedad, y es que se había acusado a muchos de sufrirla cuando en realidad sí eran vampiros. Ejemplos de ello eran Vlad Tepes o la condesa Bathory. Estos sí eran vampiros de verdad, y los humanos los habían calificado de enfermos aunque no era así. Sólo por su miedo a lo desconocido, era mas fácil darse la vuelta que admitir que había seres sobrenaturales, superiores. Malditos humanos. Otras veces, como en el caso de Kürten, sí habían acertado. El humano, antes de morir guillotinado dijo unas palabras más propias de un vampiro desalmado que de un humano loco: "después de que me decapiten, podré oír por un momento el sonido de mi propia sangre al correr por mi cuello. Ese será el placer para terminar con todos los placeres". Tatia rió interiormente al recordarlo. Ah, los humanos...Curiosos insectos, sí. Fue en ese momento cuando cayó en la cuenta de que quizás el brujo sólo era algo raro, o veía normal aquel comportamiento, invitar a un picnic a un vampiro. A penas había pasado un escaso minuto y a la vampira le había dado a pensar en todas esas teorías, pero era algo normal. La mente vampírica funcionaba a mucha más rapidez que la humana. Era un cerebro de depredador, ergo tenía que ser más rápido, más inteligente. Probablemente la humana no había tenido tiempo a pensar en una décima parte de lo que había hecho el vampiro. Pero eso era así, no había forma de cambiarlo. Era un hecho, como el de que la lluvia moja. Los vampiros eran mucho más inteligentes y punto. Un leve bufido escapó de los labios entreabiertos de Tatia, tal vez tratando de camuflar la risa ante tan extraña propuesta. - No voy a ir a ningún picnic contigo. - Sentenció finalmente con algo de sorna, sin dejar de mirarlo fijamente a los ojos en ningún momento.

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